su alma era la de un niño,
fiel amigo, buen compañero,
ahora que lo recuerdo,
añoro esos días de ensueño,
entre verdes prados floridos
y doradas espigas de trigo centeno.
Era blanco como la nieve,
fuerte como el acero,
grande como hay uno solo,
noble como la plata y el oro,
hasta ahora no comprendo
porque lo bautizaron Moro.
Aunque ya no era entero,
su paso era hidalgo y ligero,
y cuando iba al galope
era veloz como el rayo,
y ningún asno del pueblo
batía a mi compañero.
Yo no olvidaré esos días
de primavera y de invierno,
de siembra y de cosecha,
en el trabajo y en el juego,
al galope o al trote,
siempre listo siempre noble
tan valioso como el oro,
yo no olvidaré mientras viva,
a mi gran amigo Burro Moro.
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