En el trayecto de Mache a Julcán,
una mancha yacía a mitad del camino,
era oscura y lóbrega
como noche sin luna,
oscura y lóbrega
como después sería mi vida.
Aquella mancha, siendo aún niño,
marcó para siempre
mi vida, mi camino y mi destino,
aquella mancha la llevo aún conmigo,
me recuerda a mi madre
que se había ido.
Mancha de aspecto tétrico
y olor nauseabundo,
tu sombra nubló mis pasos,
siempre estuve cegado
por tu oscuridad maldita,
siempre anduve como nave perdida
en el torrentoso mar de la vida.
Mancha indeleble
que no te borrarás siquiera,
ni cuando mis cenizas se entremezclen
con el polvo de aquel camino
donde tu yacías,
porque no solamente nublaste
mis pasos, mi corazón y mi vida,
sino que, oscureciste,
lo más profundo de mi alma.
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Al mirar el cielo
tantas veces he visto,
el suave vuelo de las aves
haciendo piruetas acrobáticas
y dibujando siluetas de hadas.
Otras veces, he visto,
el blanco tul de tu sonrisa
y el azul mar de tu mirada;
pero, el último viernes he visto,
el triste plomo de una caja
y el oscuro negro de mi mortaja.
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